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22 noviembre 2009

De cuando tuve una inyección de Heavy Metal

Empecemos por el principio: mi infancia no fue muy divertida que digamos y viví mi adolescencia encerrado en un monitor. Por lo cual, como pueden ver, ocupaba desahogarme al igual que el resto de la humanidad. Pero mi desahogo no podía ser sublime, liberador ni reconfortante, ocupaba una catársis explosiva, una terapia de shock paralizadora, una patada en la nariz y un dedo majado en una puerta.

Ante esta necesidad de despertar del letargo tomé la decisión de inyectar una fuerte dosis de Heavy Metal en mi torrente sanguíneo.

Los efectos de esta terapia se hicieron sentir paulatinamente. Primero, fui atacado por un fuerte dolor de cabeza que dio paso a un estrepitoso crecimiento del cabello, en forma de colochos desorganizados, seguido de una sordera absoluta (pero nada incómoda, por cierto), luego un espasmo muscular en brazos y piernas fue acompañado de un sentimiento general de que todos los que me rodeaban eran unos ineptos (no quiero mentirles, no es fácil sobreponerse a esta percepción misantrópica).

Tras esta reacción inicial al procedimiento, mi cuerpo fue adaptándose al Heavy Metal que fluía en mis venas. Mi piel mudó su suave color moreno para tomar una tonalidad amarillenta enfermiza, mis ojos se hundieron en sus cuencas dejando profundas ojeras, y mi ánimo bailaba entre el enojo y la furia.

Al terminar este periodo de reacciones violentas, mi cuerpo se apropió de lo bueno y expulsó lo malo. Sudé semifusas, sufrí retortijones en el cuello y vomité tarro por un tiempo, hasta que mi cuerpo quedó limpio de toda contaminación y perversión al Metal. Por un momento, temí que mi dosis de Metal haya sido excesiva y estuviera sufriendo los estragos de una sobredosis, hasta que, como quien se sobrepone a la mordedura ponzoñosa de una víbora, mi cuerpo relajó mi músculos, mi cabeza dejó de golpear el aire, mi respiración se desaceleró, y mis sentidos se despertaron.

Y fue en ese momento cuando volví a nacer. Vi lo oculto, escuché al silencio y sentí lo imperceptible. Ahora no sólo entendía, sino también disfrutaba y sonreía. El procedimiento me sacó de mi letargo constante para agudizar mi percepción, elevar mi comprensión y aumentar mi indignación.

Y así fue como asimilé la inyección de Heavy Metal. Tal vez esta sea la explicación de mi carácter bizarro, mi comportamiento errático y mis preferencias desactualizadas.